Hace más de dos años que no escribo nada acá sobre cine, y tengo que repetir la razón, no soy asiduo al llamado séptimo arte. Mas este año he experimentado un notable progreso amén a que tengo a alguien que buenamente me acompaña a las salas de cuando en cuando, y si hay un poco más de dinero, compartimos algo para comer y beber también. Suelo estar a la altura de mi pretendida condición e invitarla, empero ella también lo hace y se lo agradezco una y otra vez como artista a su mecenas. Estaba el miércoles 12 de septiembre pasado en casa de mis padres [tal como ahora] frente al computador, eran pasadas las 19 horas, sufriendo en mi nariz los primeros embates del resfrío, cuando por el bendito MSN, inicié conversación con ella. Tras las primeras frases de rigor me preguntó si podía salir, porque quería invitarme al cine, me mostré reticente por mi estado de foco infeccioso, pero al rato me entusiasmé y acepté su propuesta y ya que me permitió elegir la película [o sea la invitación fue
¡Ea, Señor! A mis enemigos veo venir, y tres veces repito: ojos tengan, no me vean; boca tengan, no me hablen; manos tengan, no me toquen; pies tengan, no me alcancen. La sangre les beba y el corazón les parta...