Valparaíso soy...
Le comenté que es una de las ciudades chilenas, además de Valdivia, donde me gustaría vivir (sumo a Villarrica, Castro y Coyhaique).
Después de instalarnos en el hotel, ya en el terminal, dudé de que hubiese sido una buena idea hacer escala en Santiago. 36,4º C y el primer fin de semana de Enero motivaban a muchos a viajar hacia las playas del litoral central. Costó mucho (literalmente) encontrar pasajes de ida y vuelta por el día. Luego dudé si empezar por Viña del Mar o por Valparaíso, opté por el plan original... hacia la joya.
Una vez en el terminal del puerto, invité a Conejo a caminar por (oh) Avenida Pedro Montt (como tú no hay otra igual) hasta la Plaza de la Victoria, en el camino ella me invitó a tomar helados, bastante buenos y bienvenidos. El caminar se hacía tedioso por la cantidad de gentes en las calles, se notaba aún algo de efervescencia en la población del puerto tras la magnífica celebración de año nuevo a la que nos tienen acostumbrados, con todo nos dimos el tiempo para un andar tranquilo; una vez en la Plaza de la Victoria, sólo hubo espacio para unas fotos porque Conejo es hidrofóbica y la pileta en medio del "centro social" la ahuyentó.
Hasta dicho punto todo iba según el plan (mental) que me había trazado, no habíamos desayunado y siendo hora de almuerzo había que caminar muy poco para llegar al Casino J. Cruz, lástima que dicha decisión fue adoptada, también, por otras decenas de personas que abarrotaban el estrecho pasaje de acceso haciendo fila esperando por una mesa. Bueno.... cambio de plan...
Continuar caminando por el "plan" (plano en porteño) para subir al paseo Atkinson, dar unas vueltas obligadas por el sector, el paseo Gervazoni, el cerro Concepción y luego (obligadamente también) bajar en su ascensor.
Proseguimos hacia Plaza Sotomayor, Cerro Artillería y de vuelta al Puerto. Tras un merecido alto para comprar souvenires (allí me dí cuenta que me cuesta pronunciar la palabra "ocarina") seguimos rumbo a la Estación Puerto del Metro-Tren de Valparaíso (era parte del plan porque tengo la tarjeta plástica, la que sólo hubo de ser convenientemente cargada con dos mil pesos).
Le comenté que es una de las ciudades chilenas, además de Valdivia, donde me gustaría vivir (sumo a Villarrica, Castro y Coyhaique).
Durante los meses y dias previos a la llegada de Conejo a Chile y aún después de su arribo sabía que teníamos que ir a Valparaíso. Con el pasar del tiempo me he dado cuenta de todas las cosas que no pudimos hacer y que me hubiese gustado; mas me queda el consuelo de que estuvimos en Valparaíso y se lo pude mostrar dentro de las limitaciones de mi conocimiento de la magia/ciudad/patrimonio de la humanidad.
El día fue el 2 de enero de 2010, sábado, vigésimo sexto cumpleaños de mi hermana María Paz. Llegamos por la mañana a Santiago tras un largo y triste viaje, Conejo lloró al ver a mis papás despedirse, me abrazaba fuerte sin querer soltarse -no me quiero ir- musitó. Tras tantos días de lluvia, al menos, esa última noche de despedida en Valdivia pudo ver la luna llena, bañándose en el río Calle-Calle.
Después de instalarnos en el hotel, ya en el terminal, dudé de que hubiese sido una buena idea hacer escala en Santiago. 36,4º C y el primer fin de semana de Enero motivaban a muchos a viajar hacia las playas del litoral central. Costó mucho (literalmente) encontrar pasajes de ida y vuelta por el día. Luego dudé si empezar por Viña del Mar o por Valparaíso, opté por el plan original... hacia la joya.
Una vez en el terminal del puerto, invité a Conejo a caminar por (oh) Avenida Pedro Montt (como tú no hay otra igual) hasta la Plaza de la Victoria, en el camino ella me invitó a tomar helados, bastante buenos y bienvenidos. El caminar se hacía tedioso por la cantidad de gentes en las calles, se notaba aún algo de efervescencia en la población del puerto tras la magnífica celebración de año nuevo a la que nos tienen acostumbrados, con todo nos dimos el tiempo para un andar tranquilo; una vez en la Plaza de la Victoria, sólo hubo espacio para unas fotos porque Conejo es hidrofóbica y la pileta en medio del "centro social" la ahuyentó.
Hasta dicho punto todo iba según el plan (mental) que me había trazado, no habíamos desayunado y siendo hora de almuerzo había que caminar muy poco para llegar al Casino J. Cruz, lástima que dicha decisión fue adoptada, también, por otras decenas de personas que abarrotaban el estrecho pasaje de acceso haciendo fila esperando por una mesa. Bueno.... cambio de plan...
Continuar caminando por el "plan" (plano en porteño) para subir al paseo Atkinson, dar unas vueltas obligadas por el sector, el paseo Gervazoni, el cerro Concepción y luego (obligadamente también) bajar en su ascensor.
Proseguimos hacia Plaza Sotomayor, Cerro Artillería y de vuelta al Puerto. Tras un merecido alto para comprar souvenires (allí me dí cuenta que me cuesta pronunciar la palabra "ocarina") seguimos rumbo a la Estación Puerto del Metro-Tren de Valparaíso (era parte del plan porque tengo la tarjeta plástica, la que sólo hubo de ser convenientemente cargada con dos mil pesos).
Por ese medio llegamos a Viña del Mar, rumbo a la Quinta Vergara sufrí(mos) otra decepción, estaba cerrado su acceso, foto de rigor atestiguando la circunstancia, mascar la rabia y caminamos hacia la Plaza Vergara, hotel O'Higgins, estero Marga-Marga, dirección al Casino, plaza México (¡sí!), Avenida Perú rumbo al reloj de flores, aunque con precaución, el gran flujo de gente, el sol picando fuerte la piel (¿verdad Conejo?) y las olas reventando contra las rocas (otra vez la hidrofobia de mi compañera) hicieron el paseo único.
Más fotos, la historia las demandará, el momento de tanta felicidad junta debe conservarse. El reloj de flores, más camino, sol y sudor en las manos entrelazadas. Estación de metro-tren Miramar, regreso a Valparaíso, estación Bellavista... revancha: el J. Cruz, la chorrillana, sin tal no hay Valparaíso.
Espera, paciencia, atardecía fresco. J. Cruz/Chorrillana/Valparaíso. Sí, sí, sí. Conejo puede presumir que estuvo en Valparaíso. Regresamos al terminal caminando por Avenida Brasil felices (el buen vino tinto Santa Emiliana con sus 11,5º de distendido buen humor influyó). El viaje de retorno a Santiago (Pajaritos) era una realidad, la última noche juntos (por ahora) el porvenir.
La añoranza, el presente.
[CONTINUARÉ]
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