Mágica historia...
A medio año (¡uf!) de la visita de Cecilia a tierra nacional echo mano en esta oportunidad a cabos sueltos en la narración. Fundamentalmente respecto a los acontecidos en Valdivia. Con éstos, y lo proyectado para el próximo volumen, la historia estará completa.
Tras una noche en Santiago y dos en Buenos Aires, era turno de emprender rumbo a casa. Lo hicimos el día domingo 20 de diciembre de 2009, en medio de la vorágine que implica la época de ventas navideñas que estaba en pleno hervor.
De cierto modo dichos días y los venideros no sólo fueron las vacaciones de Cecy, sino también las mías, porque traté de acomodar lo mejor posible mis compromisos laborales y académicos (tuve un juicio simplificado el lunes 21, recién llegado a Valdivia, un par de visitas a la UACh para finalizar un trabajo pendiente, una entrega de informe del Magíster y estudiar para los examenes finales del mismo) sin restarle importancia a mi huésped ni a las fiestas de fin de año. Estaba en medio de todo aquéllo cuando me puse a pensar que muchas actividades alguna vez pensadas no las iba a poder realizar, supongo que pasa en todo orden de cosas, pero en este caso se debió -creo- a una dosis de desorganización o improvisación junto a una igual de infortunio.
En Valdivia siento que no hicimos muchas cosas, o al menos no las suficientes. Nos quedaron lugares por conocer y panoramas por ejecutar . Y claro, el hecho de que haya llovido como en el mejor mes de junio complotó con ello. Con todo, se hizo lo posible para conocer aspectos principales de la ciudad: navegamos en el río Valdivia; paseamos por la Costanera, Avenida Arturo Prat; estuvimos en los dos torreones; en Niebla (castillo de la Pura y Limpia Concepción de Monfort y Lemus y Feria Costumbrista de la Costa inclusas); comimos y bebimos en la Cervecería Kunstmann y en el Mercado Municipal, caminamos por el Jardín Botánico, etc. Aún así, lamento el infortunio climático que nos impidió pasear en bicicleta, por ejemplo, y la poca previsión para pasar una noche más entretenida en Año Nuevo.
Por supuesto tengo que rescatar como hitos el haber compartido juntos Navidad y Año Nuevo, particularmente para ella debió significar un gran cambio y sacrificio, a tanta distancia de sus afectos. Supongo que podría resumir en esas dos celebraciones familiares el meollo del viaje de Cecilia, el propósito principal y mejor conseguido: dar y recibir cariño humano en tierras lejanas, tal como insinúa el Himno Nacional y esa tonada sobre el amigo forastero. Tanto en Navidad como en Año Nuevo Cecilia recibió (y dio) regalos que abultaron cada vez más sus estrechos bolsos, algunos de los cuales hoy adornan su habitación.
También dejo espacio para recordar los momentos en que no lo pasamos tan bien. Fue un instante tras haber ido a cenar juntos al Santo Pecado (Última Frontera estaba llenísima), íbamos en el centro, ya rumbo a casa y Cecy no aguantó. Se sintió mal, pasada a llevar tal vez, ignorada o algo. Especulo, porque no me lo dijo. Vale la pena recordarlo porque permitió aclarar mucho mejor las expectativas y sincerarnos en el tiempo apropiado.
Vale incluir en este capítulo resumidero otra notable historia: nuestro viaje a Pucón. Planificando anticipadamente estuve cierto de que, en el contexto del paisaje del sur de Chile, debía Conejo visitar al menos una zona lacustre y volcánica. Pensé en dos opciones, la elegida y Petrohué (tía Nena, si aun se pregunta por qué no fuimos a Puerto Montt, he acá la respuesta), pero dadas las distancias, el alojamiento (en la excelente Hostal "Donde Egidio") y el escasísimo tiempo disponible opté por Pucón, con el objeto de -además- hacer rafting.
Entre Navidad y Año Nuevo tuvimos una escapada fugaz hacia dicha zona de la Araucanía, donde nuevamente nos acompañó la lluvia, no se asomó jamás el volcán Villarrica, pero sí cumplimos con el rafting, vía "Albitour" -dadas las condiciones adversas de caudal fluvial- en el río Liucura, en una delegación en que yo era el único chileno. Nuestros compañeros de embarcación, canadienses; nuestro guía, peruano. Aunque en el momento lo afronté con tranquilidad, asumo que mi control en parte se debió a la idea de no proyectar temor a mi compañera, para ambos era primera vez que hacíamos algo "extremo" y coincidimos al final en que fue para ambos muy divertido y absolutamente recomendable. Al día siguiente, el rigor: flores de madera y conocer Villarrica, siquiera someramente.
Ya finalizo, indicando que Conejo conoció en extraña fecha la fama de Valdivia, su lluvia, pero también supo de su constante hospitalidad. La noche en que nos íbamos, ya lo señalé anteriormente, saliendo desde el Terminal de Buses, apareció la luna llena a bañarse en el río Calle-Calle. ¿Qué más se puede pedir? Por algo este volumen se llama Mágica Historia, porque sí, porque lo fue, porque lo es.
[CONTINUARÁ...]
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