Conejo y yo fuimos a encontrarnos en Santiago, como en un mapa marcado con una X. Nos informamos de nuestras vestimentas, coordinamos horarios para llegar simultáneamente al aeropuerto y juntarnos, de una buena vez.
Atesoro el momento en que la ví por vez primera, a través de los vidrios del segundo nivel (que aunque golpees no dan mayor sonido) mientras controlaban sus bolsos. Ella no me vio. La perdí de vista y me apresuré a bajar para recibirla en la salida del pasillo de arribo, lo cual no era una tarea simple por la gran cantidad de personas afluyendo y las otras tantas esperando. (Casi) resultó perfecto, ahora ella me vio antes, y me llamó, volteé el cuerpo y sí. En un lugar neutral y ajeno, dos extraños ya no lo fueron.
La noté nerviosa, rígida en sus movimientos y muy callada, la primera impresión fue dura. Algo pasaba. Me decía que "sí", "bueno", "no sé", "como tú quieras" o callaba. Con el tiempo he sabido entender las razones -que ignoraba entonces- para amortiguar ese amargor en la memoria. Con el paso de las horas nos fuimos habituando a estar juntos, a mirarnos, andar de la mano, al calor y a que estábamos transitoriamente en Santiago -la protagonista de esta historia- o sea en Chile.
Entonces, varias cosas se pudieron hacer, aunque en poco tiempo. Además de hospedarnos en el buen hotel Conde Ansúrez.
Privilegié los dos primeros días de Conejo a familiarizarla, por los puntos más conocidos. Nos movilizamos en metro -aprovechando que tenía saldo desde la vez anterior que estuve en la capital ,fui a ver a Iron Maiden en marzo de 2009, y a que no conozco recorridos del Transantiago- también caminando.
Lo más notable fue asistir al Centro Cultural Palacio de la Moneda donde estaba la exposición de China y los guerreros de terracota; digo que fue notable porque además corresponde a una oportunidad casi única, por lo que sólo cabe agregar que fue una feliz coincidencia y que por sobre todas las cosas sirvió para romper de a poco el hielo.
Fuimos a comer pastel de choclo en el Paseo Ahumada, paseamos por la Plaza de Armas y la Catedral; por la Alameda y el cerro Santa Lucía; compramos frutillas (fresas gigantes, según ella) y descansamos antes de volver al aeropuerto al día siguiente.
De vuelta de Bs. As. aprovechamos las pocas horas antes de viajar al sur para caminar, comer y caminar por la Alameda a partir de la plaza Baquedano. Vimos atardecer, pasamos calor, nos abrazamos y nos alejamos por unos días.
Más tarde volvimos, ya definitivamente, después de Valparaíso y Viña del Mar, subimos el cerro San Cristóbal (a pie, ascensor malo) y bajamos justo a tiempo para vivir las últimas horas juntos en el aeropuerto. Horas tensas, contradictorias, de silencio, suspiros y lágrimas...
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Tu Conejo