Trato de teclear con suavidad, no escucho música, no emito ruidos. Ella intenta dormir pero no puede.
Llegué a casa con ánimo de jubilado, minutos atrás había dado mi última clase como alumno ayudante, el retiro próximo es inminente y la oportunidad de hoy fue bien aprovechada. Con tintes emotivos, los alumnos me brindaron un afectuoso aplauso al final, la despedida.
Al abrir la puerta noté que ella estaba ya en casa, primero, y segundo, que regalos y un gran ramo de flores adornaban la escena. ¿Qué onda? Subí y le pregunté.
- "¿Qué onda? ¿estás de cumpleaños?" -ironicé-.
Me dijo.
- "Me hicieron regalos por cumplir los 30 años de servicio, y yo no tenía idea".
O sea que, definitivamente, sí está de cumpleaños y aun sin saberlo. Le dieron aviso mientras estaba sumida en la vorágine del trabajo de siempre que le cierra los ojos y se impregna en su piel. Merecido reconocimiento de sus pares, de sus directivos, de sus jefes; aun cuando sólo aparente ser un gesto efímero.
Pensar que llegué a casa sintiéndome como un jubilado...
Trato de teclear con suavidad, no escucho música, no emito ruidos. Ella intenta dormir pero no puede. Tiene turno de noche -otra vez- sin importar que ya no tiene la edad ni las fuerzas de hace treinta años atrás.
¡Te amo mamá!
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