En ciertas ocasiones, y de forma abrupta, he despertado de mi siesta en los laureles. Letargo durante el cual piensas que la vida pasa sin novedad y que todos los días son iguales. Me pasó hace unas semanas al leer el Diario Austral de Valdivia y ver esa foto... Esa imagen que me apunta con los ojos fijos pidiéndome algo, que en definitiva me aterrizó.
Leí la noticia y tristemente comprendí el por qué desde hace un tiempo no lo veía subirse a la micro. El hombre de la foto había muerto en julio, el 13 de julio, víctima de homicidio.
Sólo entonces supe que aquel sujeto se llamaba Fabián Alexis Rojas Salazar, que tenía 37 años, que vivía solo en calle Toribio Medina -no obstante- tenía familia, que su homicida estuvo prófugo en Osorno hasta caer por robo on violencia, que el Ministerio Público no había dado con su identidad ni con su paradero aunque eran secreto a voces.
Seguí un poco la historia en las ediciones del Diario Austral y sentí algo de pena.
Fuimos dos perfectos desconocidos el uno respecto al otro, pero mi obsesión observadora forjó en mi un prejuicio que resultó -lamentablemente- certero. Él no me agradaba, me parecía flojo, mal educado cuando no grosero, acomodaticio cuando no hipócrita. Sí. Fuimos dos perfectos desconocidos el uno respecto al otro, por lo mismo no pudimos reprocharnos nada, ni tampoco simpatizarnos en lo absolusto.
Solía subirse a las micros en Picarte con Bueras, yendo al centro; o en Plaza Simón Bolívar, de vuelta al sur. Con una guitarra de estudio vieja, con el cuerpo partido y cuerdas flojas; sobre su canto solía pegar con cinta adhesiva una hoja con la letra y acordes del trozo de canción que cantaría. Así era, le hacía una seña desde la vereda al chofer de micro para subir, siempre y cuando hubieran pasajeros [espectadores] suficientes.
Una vez arriba del escenario móvil y sin preámbulos empezaba su show, que a diferencia del de otros artistas de micros, era brevísimo: una estrofa, el coro de la canción y punto. Sin bis, sin dirigirse mayormente al público [sólo decía algo como "espero que esta música les haya alegrado su viaje"] y sin mayor vergüenza empezaba a serpentear entre los pasajeros hacia el final del pasillo inquiriendo por monedas. Y he aquí algo que no puedo borrar de mi memoria, este hombre al que después de muerto el diario llama "guitarrista y cantor popular valdiviano" miraba -a mi juicio- con desprecio y desdén a quién no le daba dinero o a quien no le agradaba su sumarísima presentación. Es por eso que me cuesta mirar la foto en el diario, porque en esos ojos veo aquel mismo seño a punto de fruncir.
Quizás esta actitud no era permanente y sólo coincidió cada vez que yo era pasajero o pudo ser parte de mi prejuicio tras la primera vez que lo sorprendí en dicha actitud. Tal vez ese prejuicio que vanaglorio como certero era absolutamente errado y hay visos en mi memoria para afirmar las buenas intenciones de Fabián Rojas; sucedió a fines de 1999, en el patio del Instituto Salesiano, mi colegio. Veníamos saliendo de la primera parte de la Prueba de Aptitud Académica, de las 75 preguntas de Verbal... Y ahí estaba él, el que cantaba en las micros, fumando un cigarro en el recreo previo a la parte de Matemáticas... él también estaba dando la prueba, él también [supongo] quería entrar a la universidad, estudiar una carrera y aspirar a cosa distinta a lo que sus días eran hasta entonces. Lo que fueron hasta esa noche de alcohol y guitarra del 13 de julio de 2008.
Que en paz descanses Fabián Alexis. Fuimos dos perfectos desconocidos el uno respecto al otro, pero no sé por qué tu figura ocupa parte de mi vida y la noticia de tu muerte me despertó de entre los laureles. Tal vez un aplauso de agradecimiento es tu mejor premio como "artista".
Te oí cantar en uno de tus shows estos versos que caen como anillo al dedo:
Leí la noticia y tristemente comprendí el por qué desde hace un tiempo no lo veía subirse a la micro. El hombre de la foto había muerto en julio, el 13 de julio, víctima de homicidio.
Sólo entonces supe que aquel sujeto se llamaba Fabián Alexis Rojas Salazar, que tenía 37 años, que vivía solo en calle Toribio Medina -no obstante- tenía familia, que su homicida estuvo prófugo en Osorno hasta caer por robo on violencia, que el Ministerio Público no había dado con su identidad ni con su paradero aunque eran secreto a voces.
Seguí un poco la historia en las ediciones del Diario Austral y sentí algo de pena.
Fuimos dos perfectos desconocidos el uno respecto al otro, pero mi obsesión observadora forjó en mi un prejuicio que resultó -lamentablemente- certero. Él no me agradaba, me parecía flojo, mal educado cuando no grosero, acomodaticio cuando no hipócrita. Sí. Fuimos dos perfectos desconocidos el uno respecto al otro, por lo mismo no pudimos reprocharnos nada, ni tampoco simpatizarnos en lo absolusto.
Solía subirse a las micros en Picarte con Bueras, yendo al centro; o en Plaza Simón Bolívar, de vuelta al sur. Con una guitarra de estudio vieja, con el cuerpo partido y cuerdas flojas; sobre su canto solía pegar con cinta adhesiva una hoja con la letra y acordes del trozo de canción que cantaría. Así era, le hacía una seña desde la vereda al chofer de micro para subir, siempre y cuando hubieran pasajeros [espectadores] suficientes.
Una vez arriba del escenario móvil y sin preámbulos empezaba su show, que a diferencia del de otros artistas de micros, era brevísimo: una estrofa, el coro de la canción y punto. Sin bis, sin dirigirse mayormente al público [sólo decía algo como "espero que esta música les haya alegrado su viaje"] y sin mayor vergüenza empezaba a serpentear entre los pasajeros hacia el final del pasillo inquiriendo por monedas. Y he aquí algo que no puedo borrar de mi memoria, este hombre al que después de muerto el diario llama "guitarrista y cantor popular valdiviano" miraba -a mi juicio- con desprecio y desdén a quién no le daba dinero o a quien no le agradaba su sumarísima presentación. Es por eso que me cuesta mirar la foto en el diario, porque en esos ojos veo aquel mismo seño a punto de fruncir.
Quizás esta actitud no era permanente y sólo coincidió cada vez que yo era pasajero o pudo ser parte de mi prejuicio tras la primera vez que lo sorprendí en dicha actitud. Tal vez ese prejuicio que vanaglorio como certero era absolutamente errado y hay visos en mi memoria para afirmar las buenas intenciones de Fabián Rojas; sucedió a fines de 1999, en el patio del Instituto Salesiano, mi colegio. Veníamos saliendo de la primera parte de la Prueba de Aptitud Académica, de las 75 preguntas de Verbal... Y ahí estaba él, el que cantaba en las micros, fumando un cigarro en el recreo previo a la parte de Matemáticas... él también estaba dando la prueba, él también [supongo] quería entrar a la universidad, estudiar una carrera y aspirar a cosa distinta a lo que sus días eran hasta entonces. Lo que fueron hasta esa noche de alcohol y guitarra del 13 de julio de 2008.
Que en paz descanses Fabián Alexis. Fuimos dos perfectos desconocidos el uno respecto al otro, pero no sé por qué tu figura ocupa parte de mi vida y la noticia de tu muerte me despertó de entre los laureles. Tal vez un aplauso de agradecimiento es tu mejor premio como "artista".
Te oí cantar en uno de tus shows estos versos que caen como anillo al dedo:
Todo aquel que piense que la vida siempre es cruel,
Tiene que saber que no es así, que tan solo hay momentos malos, Y todo pasa.
Todo aquel que piense que esto nunca va a cambiar,
Tiene que saber que no es así, que al mal tiempo buena cara,
Y todo cambia
Saludos muy cariñosos a Cecilia y a todos los músicos que ayer celebramos nuestro día.
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